jueves, 4 de abril de 2013

UN CUENTO: LAS TORRES DE KID


En lo mas alto de la mas alta torre vivía una princesa.
En su mundo feliz hacía y deshacía todo lo que quería; iba a fiestas, a esquiar, a navegar con su velero...
Desde los millones de ventanas que tenía su torre veía pasar los días y los años rodeada del lujo y las comodidades propias de una princesa.
Un día un balón rompió uno de los cristales de sus muchas ventanas y se enamoró.
Él era un príncipe plebeyo, aunque de dinero, soñador, deportista y buen mozo.
Se casaron y se reprodujeron tal y como manda la norma.
Pero el corazón del nuevo principito era inquieto y su mente trabajadora. No dejaba de pensar en todos aquellos que no tenían lo que él y decidió buscar la manera de ayudar a todo aquel que lo necesitase, empezando por él y su familia.
Que si pido un favor por aquí, que si estrecho la mano de este y de aquel otro; que si amontono moneda sobre moneda para construir nuevas torres.
La vida de la familia era maravillosa y plena.
De repente una nube negra asoló la felicidad de nuestros protagonistas y su maravillosa vida empezó a desmoronarse.
El malvado Mail guardaba en su memoria las "pequeñas" meteduras de pata de los dos enamorados y las utilizó para hundirlos.
El "principito" empezó a ser conocido como "Empalmado" y a ella la rebautizaron como Kid.
"Ella no sabe nada", decía él para proteger a su amor.
"¿Cómo no lo va a saber?", preguntaban los incrédulos.
Los meses pasaban y la princesita lloraba en silencio arropada por la reina madre que, entre compra y compra por Londres, siempre encontraba un hueco para consolar a Kid.
Todas las torres que habían levantado los acusaban y los delataban ante los que miraban para otro lado.
"¿Qué haremos ahora?", lloraba la princesa.
"Pues a partir de ahora conduciréis un carruaje de los viejos", sentenció el augusto rey.
Pero no sirvió de nada.
Cada día que pasaba las torres de Kid eran mas altas y mas a la vista estaban; ya no había forma de taparlas.
Sus súbditos se quejaban y los que antes guardaban secretos empezaron a soltarlos al viento.
"¡Qué familia tan desdichada!", se oía ahora en los corrillos.
"¡Por fin ha sido imputada!", celebraban.


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